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Autodemolición

En 1950, el mismo año en que fue canonizada la jovencita María Goretti, mártir de la castidad, tuvo lugar la beatificación de Domingo Savio, confesor de la fe, de catorce años de edad. Su canonización tuvo lugar en 1954.

Domingo entra a formar parte de la familia de Don Bosco

Domingo, que significa: «el que está consagrado al Señor», nació en Riva del Piamonte, Italia, en 1842. Era hijo de un campesino y desde niño manifestó deseos de ser sacerdote. Cuando San Juan Bosco empezó a preparar a algunos jóvenes para el sacerdocio, con objeto de que le ayudaran en su trabajo en favor de los niños abandonados de Turín, el párroco de Domingo le recomendó al chico. San Juan Bosco, en el primer encuentro que tuvieron los dos, se sintió muy impresionado por la evidente santidad de Domingo, quien ingresó en octubre de 1854 en el Oratorio de San Francisco de Sales de Turín, a los doce años de edad.

Uno de los recuerdos imborrables que dejó Domingo en el Oratorio fue el grupo que organizó en él. Se llamaba la Compañía de María Inmaculada. Sin contar los ejercicios de piedad, el grupo ayudó a Don Bosco en trabajos tan necesarios como la limpieza de los pisos y el cuidado de los niños difíciles. En 1859, cuando Don Bosco decidió fundar la Congregación de los Salesianos, organizó una reunión; entre los veintidós presentes se hallaban todos los iniciadores de la Compañía de la Inmaculada Concepción, excepto Domingo Savio, quien había volado al cielo dos años antes.

Poco después de su llegada al Oratorio, Domingo tuvo oportunidad de impedir que dos chicos se peleasen a pedradas. Presentándoles su pequeño crucifijo, les dijo: «Antes de empezar, mirad a Cristo y decid: ‘Jesucristo, que era inocente, murió perdonando a sus verdugos; yo soy un pecador y voy a ofender a Cristo tratando de vengarme deliberadamente’. Después podéis empezar arrojando vuestra primera piedra contra mí». Los dos bribonzuelos quedaron avergonzados.

Mucho bien hizo a Domingo la guía de Don Bosco

Domingo observaba escrupulosamente el reglamento; por supuesto, algunos de sus compañeros llevaban a mal que el santo quisiese que ellos observasen el reglamento en la misma forma. Le llamaban chismoso y le decían: «Corre a acusarnos con Don Bosco»; con lo cual no hacían sino mostrar cuán poco conocían al fundador del Oratorio, que no soportaba a los chismosos. Muy probablemente Santo Domingo reía de buena gana en esas ocasiones, pues era de un espíritu muy alegre, cosa que algunas veces le creó dificultades.

Si Domingo no tenía nada de chismoso, era en cambio muy hábil para contar cuentos; ello le daba gran ascendiente con sus compañeros, sobre todo con los más jóvenes.

Fue en verdad una feliz providencia de Dios que Domingo cayese bajo la dirección de un director tan experimentado como Don Bosco, pues de otro modo se habría convertido fácilmente en un pequeño fanático. Don Bosco alentaba su alegría, su estricto cumplimiento del deber de cada día y le impulsaba a participar en los juegos de los demás niños. Así, Santo Domingo podía decir con verdad: «No puedo hacer grandes cosas. Lo que quiero es hacer aun las más pequeñas para la mayor gloria de Dios.»

«La religión debe ser como el aire que respiramos; no hay que cansar a los niños con demasiadas reglas y ejercicios de devoción» -solía decir Don Bosco-. Fiel a sus principios, prohibió a Domingo que hiciese mortificaciones corporales sin permiso expreso, diciéndole: «La penitencia que Dios quiere es la obediencia. Cada día se presentan mil oportunidades de sacrificarse alegremente: el calor, el frío, la enfermedad, el mal carácter de los otros. La vida de escuela constituye una mortificación suficiente para un niño».

Una noche Don Bosco encontró a Domingo temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una sábana. «¿Te has vuelto loco? -le preguntó- Vas a coger una pulmonía.» Domingo respondió: «No lo creo. Nuestro Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.»

Don Bosco escribe la biografía de Santo Domingo Savio

La fuente más importante sobre la corta vida de Santo Domingo Savio es el relato que escribió el mismo Don Bosco. El santo se esforzó por no decir nada que no pudiese afirmar bajo juramento, particularmente por lo que se refiere a las experiencias espirituales de Domingo, tales como el conocimiento sobrenatural del estado espiritual del prójimo, de sus necesidades y del futuro.

En cierta ocasión, Domingo desapareció durante toda la mañana hasta después de la comida. Don Bosco le encontró en la iglesia, arrebatado en oración, en una postura muy poco confortable; aunque había pasado seis horas en aquel sitio, Domingo creía que aún no había terminado la primera misa de la mañana. El santo joven llamaba a esas horas de oración intensa «mis distracciones»: «Siento como si el cielo se abriera sobre mi cabeza. Tengo que hacer o decir algo que haga reír a los otros.»

San Juan Bosco relata que las necesidades de Inglaterra ocupaban un lugar muy especial en las oraciones de Domingo y cuenta que en «una violenta distracción», Domingo vio sobre una llanura cubierta de niebla a una multitud que avanzaba a tientas; entonces se acercó un hombre cubierto con una capa pontificia y llevando en la mano una antorcha que iluminó toda la llanura, en tanto que una voz decía: «Esta antorcha es la fe católica, que iluminará a Inglaterra.» A instancias de Domingo, Don Bosco relató el incidente al Papa Pío IX, quien declaró que eso le confirmaba en su resolución de prestar especial atención a Inglaterra.

Muere el joven santo

La delicada salud de Domingo empezó a debilitarse y en 1857, fue enviado a Mondonio para cambiar de aire. Los médicos diagnosticaron que padecía de una inflamación en los pulmones y decidieron sangrarlo, según se acostumbraba en aquella época. El tratamiento no hizo más que precipitar el desenlace. Domingo recibió los últimos sacramentos y, al anochecer del 9 de marzo, rogó a su padre que recitara las oraciones por los agonizantes. Ya hacia el fin, trató de incorporarse y murmuró: «Adiós, papá … El padre me dijo una cosa … pero no puedo recordarla . . .» Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de gozo, y exclamó: «¡Estoy viendo cosas maravillosas!» Esas fueron sus últimas palabras.

La causa de beatificación de Domingo se introdujo en 1914. Al principio despertó cierta oposición, por razón de la corta edad del santo. Pero el Papa Pío X consideró, por el contrario, que eso constituía un argumento en su favor y su punto de vista se impuso. Sin embargo, la beatificación no se llevó a cabo sino hasta 1950, dieciséis años después de la de Don Bosco.

Fuente bibliográfica:

«Vidas de los Santos de Butler», vol. I, excepto algunas adaptaciones hechas por las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María, y partes en letra itálica, procedentes de: «Vidas de Santos (2)», del Padre Eliécer Sálesman, (Santafé de Bogotá: Editorial Centro Don Bosco, 1994).

En misa de 10:30 en una parroquia de Bogotá un sábado antes del primer domingo de cuaresma del año 2019, un obispo se ofreció a preparar a los fieles, para el acontecimiento de las tentaciones de Jesús.

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Este primer domingo la iglesia predica, cómo Jesús, con el ayuno, se prepara para el martirio y es tentado por el demonio.

El susodicho obispo entonces, negó que los pecados capitales fueran pecado.

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Mencionando cada uno de los pecados capitales los redujo a sentimientos.

Animando a la feligresía a perder el miedo a esos pecados, porque según él no lo son, y predicando que no se fueran a confesar de cosas tan nimias que no son más que rasgos del carácter.

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Monte de las Tentaciones, Jericó

La noción de pecado capital (del latín caput, cabeza) puede convertir a los criminales, en dignos de la pena de muerte o pena capital según  S. Tomás, Sum. Th. 1-2 q84 a3.

Son aquellos pecados que, al ser como principio y fuerza directiva de otros, pueden considerarse como su cabeza, especialmente por razón de causalidad final.

Los pecados capitales pueden definirse como aquellos pecados frecuentemente repetidos o vicios capitales, mediante los que se debilita la voluntad para llevarla hacia otros pecados llamados mortales.

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Los pecados capitales, aun cuando a veces puedan ser veniales , vanidad, envidia,  gula, o como decía el Obispo, la «lujuria que todos tenemos», siguen conservando su capitalidad y, por consiguiente, su capacidad de facilitar o provocar la realización de otros actos moralmente ilícitos.

Los vicios capitales,  tienen un objetivo, en el que se desahoga la intencionalidad del pecador, es capital porque sirve de sostén a otras acciones ilícitas, ofreciendo los medios, incluso materiales, para llevarlas a la práctica.

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El Ejemplo de Jesús venciendo al demonio de los pecados capitales queda reducido a un Mito según el «obispo».

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El acto de Jesús al superar las tentaciones sería entonces considerado una nimiedad.

De qué sirven entonces el ayuno y la oración? Para que mortificarse?.

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«Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto,donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre.
El demonio le dijo entonces: «Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan».
Pero Jesús le respondió: «Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan».
Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra y le dijo: «Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero.
Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá».
Pero Jesús le respondió: «Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto».
Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo,
porque está escrito: El dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden.
Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra».
Pero Jesús le respondió: «Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios».
Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno.

Evangelio según San Lucas 4,1-13.

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Señor «Obispo», el que no rechaza las tentaciones simplemente cae en ellas.

«No nos dejes caer en tentación y líbranos del malo…»

Un monaguillo de la parroquia de Santo Domingo Savio, Arquidiócesis de Bogotá, Colombia, observó en abril durante la comunión que una mujer tomaba la hostia con las manos, la llevaba de vuelta a los bancos y la compartía con su mascota que estaba con ella en la iglesia.

Al menos el perro no tomó la comunión con la pata. En su sermón del 28 de abril (vídeo más abajo), el párroco, el reverendo Laureano Barón, lo calificó de «sacrilegio» e instó a la mujer anónima a confesarse con el obispo, el único que puede absolver este «grave» pecado en confesión.

El reverendo Barón no tiene nada en contra de que los fieles comulguen con la mano, pero deben llevársela a la boca delante del sacerdote. También mencionó a una madre que cogió un trozo de su hostia y se lo dio a su hijo pequeño, que se lo había pedido «para saber a qué sabe». Extrañado, el sacerdote se sorprende: «Parece que no comprendemos que estamos ante el mayor milagro del mundo».

Pero entonces, el propio Barón distribuye la comunión en la mano de los fieles aunque ve y sabe que partículas de las hostias caen al suelo y son pisoteadas por él y por los demás. Es imposible tener ambas cosas: O se opta por la comunión en la mano o se opta por el respeto al Santísimo Sacramento.

 

Por #bottegadivina

Bottega Divina es un Canal dedicado a aplicar la tradición moral Cristiana a situaciones críticas en la política y la sociedad. Abogamos y velamos por la aplicación de los principios fundamentales de la sociedad, como el derecho natural, en los ámbitos políticos y sociales.

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