Pero el hombre no puede transformarse a sí mismo por el ejercicio de su voluntad. No posee las facultades por cuyo medio se pueda obrar este cambio. La levadura -algo completamente externo- debe ser colocada dentro de la harina antes que el cambio deseado pueda operarse en la misma. Así la gracia de Dios debe ser recibida por el pecador antes que pueda ser hecho apto para el reino de gloria. Toda la cultura y la educación que el mundo puede dar, no podrán convertir a una criatura degradada por el pecado en un hijo del cielo. La energía renovadora debe venir de Dios. El cambio puede ser efectuado sólo por el Espíritu Santo. Por tanto no esperemos más, abramos las puertas de nuestro corazón a JESUS y en un acto de profunda contricción y dolor, entreguemos todo nuestro ser a ÉL para que sea ÉL quien trabaje en nosotros llevandonos como niños a la Santidad.